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Desaparición en la Musara

Actualizado: 7 oct 2021

La Musara en Tarragona, Cataluña

Es esta una de las desapariciones mas extrañas que se hayan podido reportar en toda la historia de España, como si la tierra se lo tragase, de un momento a otro un hombre desapareció, desvaneciéndose a unos pocos metros de sus acompañantes.

Un hecho insólito que marcaria la zona para siempre.

Enrique Martínez el desfavorecido hombre que nunca fue encontrado a quien se le perdió

el rastro mientras una mañana, el y tres de sus amigos salían para recoger espárragos

de la buena tierra de la zona.

Fue como si saliera de su casa para dar un tranquilo paseo pero no regresar jamás, perdiéndose entre las arboledas y la densa neblina del bosque.

Una tragedia para amigos y familiares.

¿Qué fue lo que realmente sucedió aquella mañana?


El 16 de octubre de 1991 en el pueblo abandonado de La Mussara, una localidad deshabitada desde el año 1959, con fama de maldita para la cultura popular y que cuenta con anécdotas de sucesos de índole paranormal entre los lugareños, se habla del ambiente opresivo que se respira por sus ruinas, localizado en plena montaña de la comarca del Baix Camp, a más de 1.000 metros de altitud y a 30 kilómetros de Tarragona.


Enrique Martínez Ortiz el desaparecido

Dicen los amigos de lo desconocido que en La Mussara surgen de pronto nieblas espesas que impregnan al visitante de una intensa sensación de ahogo, acentuada por el color plúmbeo que difumina los restos de la aldea. También hablan de apariciones fantasmales, sonidos sobrecogedores y de una piedra conocida como la Vila del Sis (la Villa del Seis), que <a decir de algunos iniciados> transporta a quien la lleve saltando a otro espacio temporal

o a una dimensión paralela.


Sea como fuere, La Mussara pasaba por ser un pueblo más bien próspero hasta bien entrado el siglo XX. Tras las frecuentes noches de copiosas nevadas, sus habitantes portaban la nieve hasta una gran balsa de piedra ubicada en el centro de la localidad (y que aún hoy se conserva) y allí la compactaban para conseguir el hielo que luego vendían en Tarragona y otras localidades. La invención del frigorífico moderno arruinó la economía del pueblo y, por ende, toda su futura existencia. Los únicos restos del municipio reconocibles hoy en día son las ruinas de la iglesia de San Salvador y la antigua balsa, rodeados de piedras ruinosas y desperdigadas de lo que un día fueron casas.




El miércoles 16 de octubre de 1991, Enrique Martínez y tres amigos llegaron de buena mañana a La Mussara para coger níscalos y espárragos, de los que abundan por la zona.

Solían hacerlo con frecuencia y disponían de una táctica bien ensayada para abarcar

el mayor campo de acción posible: los cuatro se separaban una distancia prudencial y, mientras avanzaban, hablaban continuamente para ubicarse, ya que no había contacto visual entre ellos.

Después de unos metros sin escuchar la voz de Enrique, los amigos le preguntaron si todo iba bien. pero se escucho el Silencio. Volvieron a llamarle a voces. Silencio. A Enrique le había pasado algo. Corrieron hacia el punto en el que le habían oído hablar por última vez y sólo encontraron la cesta de mimbre que portaba con una única seta en su interior. Después de recorrer la zona un par de veces sin resultado, los amigos se dirigieron hacia los coches, que habían dejado aparcados unos metros antes de llegar a las ruinas de La Mussara. El de Enrique continuaba perfectamente estacionado, y en su interior encontraron la documentación del desaparecido, el tabaco y una medicina que debía tomar varias veces al día. Todo estaba tal y como su amigo lo había dejado.


Cómo si se le hubiese tragado la tierra


Enrique Martínez Ortiz conocía perfectamente el terreno desde hacía años, por lo que sus amigos consideraron altamente improbable que se hubiese perdido, de modo que se dirigieron al cuartelillo de la Guardia Civil más cercano a pedir ayuda. Varios agentes del Instituto Armado realizaron una primera batida de urgencia por la zona, con resultado​ negativo.

En los días posteriores grupos de voluntarios junto con la guardia civil y el respaldado del gobierno local iniciaron su búsqueda con los medios que disponían como perros de caza pero sin éxito.


El pueblo de la Musara ubicado en Tarragona

Siete monjes transparentes


Después de semanas de batidas y rastreos en balde, las autoridades decidieron levantar el dispositivo de búsqueda por falta de avances. Los amigos que acompañaban a Enrique Martínez el infausto día de su desaparición decidieron entonces prolongar por su cuenta los trabajos para intentar encontrarle. Entonces –según han explicados ellos mismos, incluso ante el juez- sucedió algo estremecedor, difícil de comprender al ser más propio de lo sobrenatural que de un caso policial de desaparición de un ciudadano.


En enero de 1992, tres meses después de los hechos, Jorge Roberto Boluda, uno de los amigos de Enrique Martínez, acudió a los juzgados de Tarragona visiblemente alterado y pidió hablar con el juez que llevaba el caso de la desaparición de su amigo, el titular del juzgado número 4. La declaración de Jorge dejó descolocados completamente a los responsables de las pesquisas, hasta el punto de que decidieron​ no tener en cuenta su insólita historia, por ser a todas luces tan imposible de verificar como difícil de creer.


Jorge explicó que la noche anterior había acudido a las inmediaciones de La Mussara con los otros dos jóvenes amigos de Enrique para seguir buscando al desaparecido. Tras una buena caminata, exhaustos y hambrientos, se dirigieron a las ruinas del pueblo a descansar un rato antes de regresar a casa. Pasaban unos minutos de la medianoche cuando escucharon ruido de cascos de caballos provenientes de la zona de la iglesia de San Salvador. Al asomarse a la puerta del templo abandonado, los tres jóvenes contemplaron, horrorizados, a unas figuras semitransparentes ataviadas con una especie de hábitos de monje de color oscuro o negro, con la capucha puesta. Según este testimonio, serían en total unas siete figuras las que deambulaban dentro de la iglesia, intentaron hablar con ellas pero fueron ignorados y, al cabo de unos cuatro minutos, desaparecieron súbitamente.


Desgraciadamente no hubo rastro alguno del paradero del pobre Enrique el desaparecido de la Musara.

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